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A Vueltas con el Tiempo

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Juzgado, antigua cárcel de Benalua de Alicante

      Primer premio XVII Concurso Creación Literaria Colegio Abogados Alicante

                   A VUELTAS CON EL TIEMPO

         Aquel día llegué al Juzgado calado hasta los huesos. Una inesperada tormenta me pilló por el camino sin posibilidad de guarecerme en ninguna parte. Estaba de guardia de incidencias y ya llegaba tarde. Me esperaba una jornada intensa volando de un Juzgado a otro. Ya tenía tres juicios rápidos y ocho declaraciones. Respiré profundamente, iba a estar muy ocupado.

Con el frío de la ropa mojada  me dispuse a bajar a los calabozos a entrevistarme con mis clientes del turno de oficio. Aquel lugar, ya de por si lúgubre, se acentuaba ese día con la luz mortecina de las bombillas y la difuminada penumbra que entraba por las claraboyas. El olor a humedad atravesaba el suelo y las paredes mezclándose con los aromas rancios de años de sudor y suciedad de los cientos de detenidos que pasaron por allí. Si a ello se añadía que aquel vetusto edificio había sido antes un “reformatorio de adultos”, eufemismo con el que se referían a una cárcel y cuyas paredes enlucidas conservaban restos de aquellos tiempos, era de esperar que aquel lugar no oliera a rosas precisamente.

Casi tiritando escuché a aquellas personas con sus propios dramas y que me miraban a los ojos suplicando ayuda. A pesar de tantos años ejerciendo nunca había podido poner la barrera de  cristal que me impidiera sentir su dolor, su desesperanza, sus emociones, su inocencia perdida, sus deseos de salir algún día de aquel laberinto de caos y confusión.

Tras explicar una tras otra las imputaciones a mis clientes y aconsejarles sobre sus declaraciones, pedí a uno de los policías custodios que me abriera la puerta de los calabozos. Volví entonces a encontrarme en el pequeño zaguán que se abría en abanico hacia las escaleras que subían a la planta principal, la puerta por la que había salido y aquella otra que me había provocado siempre curiosidad de adónde llevaba.

Un impulso infantil me hizo acercarme. Sus dos portones siempre cerrados me atraían como a una polilla la luz de una farola. Mirando a hurtadillas para que no me llamaran la atención me acerqué y la empujé levemente. La puerta cedió y me dio paso a un pasillo flanqueado de expedientes amontonados en el suelo. Los pies me llevaron hacia adentro sin pedir permiso al resto de mi cuerpo ni a nadie más. De pronto escuché la puerta cerrándose tras de mi y temí haberme quedado encerrado. Retrocedí y comprobé que así era y que no parecía poder abrirse desde dentro. Pensé en gritar para que los policías me abrieran pero algo dentro me dijo que quizás pudiera esperar un poco y curiosear aquel lugar. Siempre habría tiempo de golpear la puerta y que vinieran a mi rescate. Ya inventaría una excusa para ese momento.

Volví sobre mis pasos para explorar el lugar. Una débil luz de bombillas antiguas me alumbraba lo justo. Pensé que en lo que no era visible no querían gastarse mucho presupuesto y que por eso aquel lugar no disponía de mejor alumbrado. Supuse que me estaba metiendo en un archivo de expedientes antiguos del Juzgado. Me sorprendió un  pequeño ratón que  pasó por delante de mí y corrió a esconderse en su agujero. Seguí avanzando por el pasillo. Imaginé que en el piso superior estaría a la altura del zaguán central. Giré por un recodo y me encontré de cara con un hombre muy delgado, pálido y desaliñado, con el pelo casi rapado  que vestía un traje de rayas muy raído, pero que en su momento fue de gran calidad. Ahogué un grito y éste me pidió que guardara silencio. Lo primero que me vino a la cabeza es que fuera uno de los detenidos de aquel día que había conseguido escaparse, pero algo dentro de mí me decía que me estaba equivocando. Aquel hombre parecía de otra época. Le pregunté qué hacía allí y él me preguntó lo que hacía yo. Le dije que había entrado en los archivos a echar un vistazo y que la puerta se había cerrado. Me miró con desconfianza fijándose en mi ropa y mi cartera pero su sorpresa fue mayúscula cuando saqué mi teléfono móvil para ver si tenía cobertura. Ponía “sin servicio” y supuse que era debido a que estaba en el subsuelo y no llegaba la señal. Me preguntó qué era ese aparato y le dije creyendo que se refería al modelo, que era un Iphone 6. Su cara de incredulidad me hizo pensar por un momento que nunca había visto un móvil.

 Cuando inicio una conversación me gusta saber el nombre de mi interlocutor, así que me presenté y le pregunté el suyo. Se llamaba Pascual. Quiso saber qué hacía yo allí y le dije que era abogado y que por curiosidad había entrado en aquel lugar. Me dijo que los abogados no vestían de esa forma, a lo que contesté que salvo para los juicios no teníamos obligación de vestir de manera solemne. Entonces llegó mi turno de preguntar qué hacía él allí y me contestó que había burlado la vigilancia y que estaba buscando unos documentos que precisaba con urgencia para la revisión de su  juicio. Aquello me resultó muy extraño y le comenté que lo lógico es que fuera su letrado el que se encargara de sus papeles y que era muy raro que en aquel lugar estuviera  su expediente, ya que allí solo había archivos de hacía mucho tiempo. Era como si ambos estuviéramos hablando de cosas diferentes y cada explicación del otro nos resultara ininteligible.

Pascual me dijo que estaba encerrado en el reformatorio de adultos y que en ese sótano había documentos de su expediente que eran necesarios para demostrar su inocencia. La revisión de su juicio se  celebraría pronto y una mano negra no quería que volviera a ver la luz del día. Aquello me sonó a broma y le comenté que aquel lugar había dejado de ser una cárcel en los años ochenta y que ahora era la sede de los Juzgados de la ciudad. Soltó una breve carcajada, que apagó con su mano y dijo que yo desvariaba. Que él estaba en la cárcel y que se había escabullido para buscar su expediente, que sabía que estaba allí y que no podía perder el tiempo con las tonterías que yo decía.  Un escalofrío me recorrió la nuca y le pregunté a bote pronto en qué fecha nos encontrábamos.

— Pues cinco de marzo, creo.

 –¿ De qué año?

–¿ En qué año vamos a estar ?.

–En mil novecientos cuarenta y uno.

Se me heló la sangre en las venas. ¿ Sería que el remojón y el frío me habían dado fiebre y estaba delirando?. Todo era posible. A pesar de ello le contesté que se equivocaba pues si estábamos a cinco de marzo, pero de dos mil diecisiete. Nos miramos a los ojos bajo aquella luz mortecina y algo me hizo pensar  que quizás ninguno de los dos estaba equivocado. Sentí como si el tiempo se hubiese parado en ese mismo instante y que teníamos que sentarnos y hablar de lo que estaba pasando. Resguardados entre los múltiples expedientes entablamos una conversación que esperaba que no nos deparara mas sorpresas.

Por algún motivo que no entendíamos ambos estábamos en el mismo lugar pero en lo que parecían ser diferentes épocas: Para él era el reformatorio de adultos, una de las dos cárceles de Alicante, y para mi era el Palacio de Justicia.

Yo tenía curiosidad por saber algo más de aquel lugar y Pascual que era “ muy leído” tal como “humildemente” me dijo y que se notaba que necesitaba hablar con alguien, me hizo un breve repaso por la historia de la construcción y del barrio:

El edificio se había construido entre  mil ochocientos noventa y dos y mil novecientos diez  tras la decisión a finales del S.XIX de derribar las murallas de la ciudad y proceder a su expansión. Sustituyó a la antigua cárcel  llamada “Casa del Rey “ o “Alfolí de la Sal”, y que estaba situada en la Plaza de Gabriel Miró, debido a que sus instalaciones eran insalubres y se encontraba cerca de la zona bien de la ciudad. Ese nuevo lugar se encontraba a las afueras pero bien comunicado y conectado con otras poblaciones  y era de fácil acceso  al estar en el camino de Elche y de Madrid. Otras construcciones se  habían levantado antes cerca de allí, como el asilo, la cochera de tranvías y el cuartel de San Fernando. Continuó comentando que el edificio había seguido las características de las prisiones modelo de Valencia y Barcelona. Hasta conocía de memoria sus características.

La cárcel fue edificada sobre una parcela de alrededor de una hectárea con un perímetro cuadrado de gruesos muros de mampostería. Poseía huecos con grandes enrejados y garitones en los muros. En la fachada norte se situaron los pabellones administrativos y de los funcionarios mientras que en la parte sur se habilitaron las dependencias de los reclusos distribuidas en cuatro naves, con un pasillo central interior  y celdas a ambos lados.

En el patio del reformatorio habían colocado  un busto de Concepción Arenal  con la frase “Odia al delito y compadece al delincuente” y se respetaba a medias  el lema del que se jactaba el  Director General de Prisiones: “La cárcel debía de tener la disciplina de un cuartel, la seriedad de un banco y la caridad de un convento”.

El terreno para construirla fue donado a la ciudad por la Sociedad “Los diez amigos”, que fueron quienes impulsaron la creación del barrio de Benalúa, con la construcción de doscientas ocho viviendas.

Sus componentes fueron ,según me informó  casi de carrerilla, José Carlos de Aguilera, José Soler, José Carratalá Cernuda, Arcadio Just, Pascual Pardo Gimeno, Juan Foglietti, Pedro García Andreu, Armando Alberola , Francisco Pérez Medina  y José Guardiola Picó ( aunque parece que este último había sustituido a Clemente Miralles de Imperial).  Las obras se iniciaron en 1884 y fueron dirigidas por el arquitecto Guardiola Picó( a quien se le asignaron ocho viviendas como pago de sus honorarios).

El barrio se llamó Benalúa  como homenaje a José Carlos de Aguilera  (Marqués de Benalúa) por dos motivos: Fue el que más fondos aportó para el proyecto y además había conseguido acercar el agua desde La Alcoraya , procediéndose a la primera instalación de suministro doméstico en la ciudad.

Era la primera vez que escuchaba esos datos  y más con esa descripción tan gráfica y eso que me movía por la zona con frecuencia por encontrarse cerca de mi despacho y por tener que acudir con asiduidad al Juzgado. Ahora ya entendía el nombre de más de una calle y el motivo de que mi barrio se llamara así.

En contraprestación a su información yo le conté lo poco que sabía del nuevo destino del edificio: Que desde los años ochenta del S.XX ya no era una cárcel, pues las nuevas instalaciones se trasladaron a las afueras de la ciudad a la partida de Fontcalent. Dado que el edificio no podía ser derribado al estar protegido, decidieron darle otro destino y empezaron las obras para convertirlo en el Palacio de Justicia. Estas se realizaron en dos ciclos:

A finales de los  años ochenta se disimuló la arquitectura penitenciaria adaptando las  dependencias a su nuevo uso como Juzgados y  Registro Civil. Se hizo un tratamiento muy  superficial de los muros usando una capa de mortero para tapar la piedra y resaltar los sillares y a mediados de los noventa, si no me equivoco, hubo una segunda etapa de remodelación para quitar los muros exteriores decorados con murales, que desmontaron pieza a pieza para volver a colocarlos en otro lugar( el cual se desconoce hasta la fecha ) y fue sustituido por una reja que no dejaba de recordar que este lugar fue un día una cárcel. Me había contado  un funcionario que los calabozos de detenidos del Juzgado fueron las antiguas celdas de castigo y  aislamiento.

Nunca me sentí cómodo en ese edificio. La realidad era que cuando entraba en él, por mucha reforma que hubieran hecho, me dolía siempre la cabeza  y sentía opresión en el pecho y eso que habían pasado muchos años desde que empecé como abogado. Al principio creía que era miedo por ser novato y que  la ansiedad me provocaba esos síntomas pero no tardé en darme cuenta de que era mucho más. Era todo el dolor humano acumulado en sus piedras que sentía en mi propia alma.

 Le pregunté a Pascual por qué estaba encerrado allí y me contó que le acusaban de un crimen que no había cometido.

Sacó de un bolsillo de la chaqueta el borrador arrugado de una carta que había escrito y que ya había enviado a su madre, y me dijo si no me importaba que me la leyera. Yo asentí con curiosidad. La recitó con una voz melodiosa ,casi de rapsoda:

“Querida Madre:

         Estas letras para decirle lo que yo aquí pienso, y es que los avales, que haigan mandado después de juzgarme, ya no son válidos, porque son como el refrán que ya le indiqué anterior; después del asno muerto, cebada al rabo; ahora bien, si me han de juzgar otra vez, sí que valdrán, como también los buenos informes cuanto más y mejores mucho mejor, pero ha sido una lástima que en la primera con un poco bueno hubiera sido bastante lo que ahora son mucho y mejor habrá que andar con cuidado y con mucha prisa y puede costarme la vida.

Madre, yo aquí no se nada, pero creo que Vd. desde ahí fuera no parará de andar pasos y mas seguros que antes, y no la engañaran como antes, así es que no se descuide y mi hermano Pepico que no repare en el dinero, no esperen que ellos busquen a Vds. sino Vds. buscarlos a ellos, yo aquí estoy esperando como el alma en pena , lo que las buenas almas me tengan preparado, pero siempre confiando en Dios como buen cristiano que soy y de aquí en adelante lo seré mucho más. Si le dicen a Vd que no se preocupe y que no padezca, eso son cuentos chinos, que mientras estoy en peligro. Así es que, Madre, veanlo y me lo avisen no pase como anterior que cuando menos esperaba vino el palo, así es que ahora con tiempo prevenido y sin dejarlo descansar no sea que cuando vayan a verlo, me hayan matado ya, prometer no es dar trigo así es que más pan y menos manteles, el que le prometa que cumpla con su persona pero en la Audiencia , no ahí con rutinas, porque al que no le pica no le duele, así es que mi pena salió puesta de ahí, haber ahora que es lo que quieren hacer de mi, si me quieren salvar en sus manos está, Madre, D.Vicente,  el que tiene la farmacia  frente a la tienda de frutas  me figuro  que haría algo por mí, diciéndole que lo que me han puesto en el expediente es falso, el tendrá mucha influencia. V. vea lo que le parece. Su hijo Pascual.”

 Dobló la carta y taciturno se la volvió a meter en el bolsillo. Su único delito había sido jactarse en una taberna mientras jugaba a las cartas y bebía con los amigos de haber sido él el que había matado a otra persona, pero solo había sido una bravuconada bajo los efectos del alcohol que había pagado muy cara. Le detuvieron al día siguiente y le encerraron allí. Ya llevaba cerca de un año y estaba pidiendo la revisión de su juicio. La condena era, pena de muerte. Su familia había contratado a un abogado que se suponía muy  bueno pero poco había podido hacer hasta la fecha. Se jugaba el ser fusilado. Se había enterado por compañeros de cárcel que el verdadero culpable estaba haciendo lo posible para que él fuera condenado, ya que era evidente que le convenía muchísimo. El problema radicaba en ese hombre disponía de mucho dinero e influencias y eso era moneda de cambio en aquel tiempo. Independientemente de que su familia estuviera haciendo lo imposible desde fuera para salvarle, él por su cuenta estaba buscando documentos que le ayudaran para la revisión de su caso y que sabía que habían sido bajados al sótano.

 Cuando escuché su historia un escalofrío recorrió mi espalda. Me fijé en su cara y pude distinguir entre sus rasgos demacrados la belleza que había visto en fotografías antiguas. No podía ser, aunque su nombre coincidía y también su edad. Le pregunté sus apellidos y cuando me los dijo casi me echo a llorar. La historia era igual que la de mi abuelo materno, a quien fusilaron un cinco de abril de mil novecientos cuarenta y uno dejando viuda y cuatro hijos pequeños, uno de ellos mi madre. Había escuchado su historia toda la vida y cómo muchos años después rehabilitaron su memoria al descubrir que él no cometió ese crimen, pero de poco servía ya.

 Con  lágrimas en los ojos saqué de mi cartera una pequeña cartulina  plastificada donde aparecía un collage de múltiples fotografías de familiares y se la acerqué señalando una con el dedo. El ajustó su vista a la poca luz existente y me dijo que no distinguía nada. Saqué  mi móvil, hice una captura de la cartulina  y acerqué el zoom, reconociendo entonces  su propia foto de boda. Allí estaban mi abuela Rosario y él. El susto de su cara no se si fue mayor por el uso de mi móvil o porque yo tuviera esa foto. Entonces me miró y dijo:– Tienes sus ojos. Negros y profundos.

–¿Quién eres?.  –Tu nieto, contesté.

El silencio se instaló entre nosotros por un tiempo que no supe calcular. Las emociones fluían intensamente. Ese momento era real, no producto de mi fiebre, o eso quise creer. Estábamos en el mismo lugar con setenta y seis años de diferencia. Estaba conociendo a  mi abuelo que murió cuando mi madre tenía cuatro años por lo que lo único que sabía de él era lo que me ella me contó y  lo que a ésta le contó la suya.

¿Cómo era posible que en aquel momento los dos estuviéramos frente a frente?.¿Qué puerta del tiempo habíamos atravesado para encontrarnos?. Las cosas siempre ocurren por alguna razón y estaba claro que aquel encuentro no era fortuito.

–No sé por qué estamos aquí, le dije ,pero está claro que ya que ha ocurrido debemos aprovechar la oportunidad. Voy a ayudarte. Si estamos a tiempo de cambiar tu destino, vamos a hacerlo.

–¿Tú sabes lo que va a ocurrir, verdad?, me preguntó. Le miré a sus hermosos ojos hundidos por el hambre y la penuria pasada en aquel lugar  y le contesté:

–Si. Y vamos a evitarlo.

–¿Cuándo ocurrirá?, preguntó.

–En  menos de un  mes, le dije. Hay que encontrar las pruebas que puedan salvarte.

Yo sabía por mi madre el engaño a su familia haciéndoles creer que saldría libre tras la revisión de la Sentencia, pues no necesitaban más pruebas, según le dijeron, pero la mano negra que acechó durante todo el proceso fue la del verdadero culpable, quien acabó logrando su objetivo

Le dije, que tras ejercer tantos años mi profesión ya no era capaz de fiarme por completo de nadie, y que sabía que la verdad podía ser camuflada de mil maneras diferentes. Y si ya había un culpable oficial era casi lógico que el verdadero autor del crimen, si era hijo de una familia influyente, evitara que la verdad saliera a la luz, aún a costa de la vida de mi abuelo.

Decidimos buscar los documentos que podían ayudarle. Yo no sabía por dónde empezar. El me dijo que había un cuarto bajo llave al final de ese pasillo donde guardaban los papeles que no querían que fueran vistos o resultaban incómodos. Los compañeros llamaban a aquel cuarto “el pozo” ya que todo lo que allí entraba nunca volvía a ver la luz. No hacía falta que lo destruyesen, era como un camino sin retorno. Lo que entraba al pozo, nunca salía del pozo. Un compañero de cautiverio le había contado que oyó por casualidad  a un funcionario decirle a otro que los papeles de Pascual iban a desaparecer para siempre, que habían cosas que no se utilizaron en su juicio porque beneficiaban a otros… y que tenían que “dormir en el pozo” para no ser utilizadas nunca en la revisión de su caso. Siguiendo el laberinto de pasillos llegamos a la puerta de aquel habitáculo.La cerradura era sencilla y no había nadie por los alrededores.

–Tenemos que encontrar algo para abrirla, dijo él. Yo saqué sin inmutarme mi manojo de llaves del bolsillo y recurrí a una pequeña ganzúa que me había regalado un cliente agradecido al que había librado de unos buenos años en la cárcel, y de paso, me enseñó cómo realizaba sus “trabajos”. Me dijo que igual me podía servir de llavero que para otros usos…Nunca se sabía cuando te podía hacer falta…

–Eres un hombre de recursos. Cosa de familia, me dijo, mientras me guiñaba un ojo. Nunca le había dado ninguna utilidad, pero resultó que aquel era un buen momento para estrenarla. Forcejeé un poco y la puerta se abrió. Entramos rápido y cerramos tras nosotros. Aquel lugar era lo mas parecido a un trastero. Había tanto muebles viejos y desvencijados como pilas de documentos sin orden ni concierto. No parecía realmente que hubiera ningún archivo ni que se pudiera encontrar ningún papel con facilidad. Solo teníamos la opción de buscar a destajo. Cada uno cogió un montón y empezamos a pasar papeles a toda velocidad.

No sé el tiempo que estuvimos buscando hasta que oímos un ruido y nos quedamos paralizados. Nos tranquilizó relativamente el ver que era una rata que se estaba alimentando con los restos del relleno de una silla. Empecé a pensar que no encontraríamos nada cuando Pascual dijo:– ¡Aquí!. Me acerqué  y ví que tenía entre sus manos partes aisladas de su expediente. Sentados en el suelo empezamos a pasar las hojas y a valorar los datos que allí habían. El me dijo que esa información no se había utilizado en el primer juicio. Que esos papeles le confirmaban que alguien quería que pagara por otro un crimen que no había cometido. Rebuscamos un poco más pero ya no encontramos nada. El guardó la documentación dentro de su camisa y nos dispusimos a salir de aquel cuarto. Me dijo que aunque no era habitual que encontráramos a nadie por allí abajo había que tener precaución. Mi pregunta en aquel momento era qué pasos debíamos seguir. Teníamos pruebas de que mi abuelo no era culpable pero también seguía habiendo una mano negra que pretendía que todo siguiera como hasta entonces. Le propuse acompañarle para ver cómo podía ayudarle. Aunque fuera de otra época seguía siendo abogado y quería hacer todo lo posible por él ya que la vida me había dado esa oportunidad. A él no le pareció buena idea pues podían detenerme y encerrarme. Eran tiempos convulsos y no creía que realmente pudiera ayudarle. Prefería que volviera a mi época agradecido de haber podido conocer a un nieto suyo. Yo le dije que la cabezonería era cosa de familia y si había llegado hasta allí tenía que ser por algo.

 Enfrascados en esa discusión no nos dimos cuenta de que nos habían descubierto. Ya no había vuelta atrás. Nos hicieron subir a la planta principal escoltados por dos guardias armados. Yo estaba alucinando con lo que presenciaba. El edificio que horas antes había sido las dependencias judiciales ahora era la antigua cárcel. Con la boca abierta miraba a todos lados sin poder creer lo que veía. Tenía la sensación de estar dentro de una película, solo faltaba el blanco y negro. Un empujón  en la espalda me hizo volver a la realidad.

–¿ Quién eres tú? me preguntaron.

–Soy su abogado, dije.

 –No te conocemos, y qué forma mas rara tienes de vestir.

–Es que soy de la capital, y antes vivía en el extranjero y allí estas ropas son muy normales, atisbé a decir.

 –¿ Y qué hacías en el sótano?.

–Le estaba enseñando el edificio, dijo Pascual para desviar la atención.

–Sabes perfectamente que no se puede bajar allí.

–Ya lo sé, pero quería que mi nuevo abogado se familiarizara con el edificio.

–Vamos a tener que imponerte un castigo por ello. Vas a ir a la celda de aislamiento y Ud, también.

–¿ Quieren que me queje a sus superiores?, dije con dureza mirándoles a los ojos. Algo vieron en ellos que inmediatamente cambiaron de idea y dijeron que mejor que me marchara a mi casa , que por esa vez pasarían por alto lo ocurrido.

–¿Puedo despedirme de él?, dijo mi abuelo. Los guardas no pusieron objeciones y dejaron que se acercara a mi. Y actuando como un prestidigitador metió en mi chaqueta los papeles que habíamos encontrado. Mientras se lo llevaban, a mi me acompañaron a la puerta.

 De pronto me encontré en la entrada del edificio. Nunca pensé que la ciudad podía tener ese aspecto. Ahora entendía el sentido de la palabra Posguerra en toda su magnitud. Me alejé de la cárcel para evitar más problemas y me perdí en el barrio. No podía creer que estuviera en el mismo lugar que hacía veinticuatro horas pero setenta y seis años antes. Miraba a todos lados sin poder creer lo que veía: La pobreza extrema se reflejaba en las calles y sus gentes. Niños desnutridos me pedían alguna moneda y tocaban mis ropas extrañas.

 Sin darme cuenta mis pies recorrieron el camino habitual a mi despacho pero aquel edificio todavía no existía. Seguí hacia el centro y sin saber cómo acabé delante de la Audiencia. Todavía estaba abierta, así que entré y dije que era abogado, que venía de Madrid y que necesitaba ver el expediente de un caso que estaba pendiente de revisión. Saqué los papeles que Pascual había escondido en mi chaqueta y pude localizar los datos del mismo. Me dijeron que subiera a la primera planta y que preguntara por D. Manuel.  Con todo el aplomo que me permitía mi corazón desbocado subí las escaleras y localicé el despacho que me habían indicado.

–Buenos días, ¿ D. Manuel, por favor?. Un hombre delgado de mirada cansada y pelo engominado  me preguntó que qué quería.

–Verá, dije. Soy abogado y colaborador del letrado de un preso del reformatorio de adultos cuya Sentencia está pendiente de revisión y me gustaría ver la causa.

–¿ Me permite su identificación?, me dijo.

 –Claro que si , contesté con un brío fingido .

Saqué mi carnet de colegiado, que menos mal que no tenía ninguna fecha impresa y el hombre me miró con cierta suspicacia.

–¡Qué carnet más raro!

–Son los nuevos que están haciendo. Es un prototipo demasiado moderno, dije.

–Ya, y tanto, contestó.–¿ Qué ha pasado con el otro abogado?, preguntó sin demasiada gana. La familia ha pedido una segunda opinión, como los médicos  y estoy colaborando con él, atisbé a decir.

–Voy a buscar el expediente. Espéreme aquí. Volvió al minuto con un voluminoso legajo y me lo puso sobre una mesa vacía.

 –Puede Ud consultar lo que guste, la revisión es mañana a las diez.

Tragué saliva. Sabía que sería pronto, pero no tanto. Lo primero que hice fue tomar nota del nombre y dirección del abogado que le representaba. Iría a verle esa misma tarde. Leí a toda velocidad la causa, ya que estaban a punto de cerrar y me sorprendí muchísimo con lo allí manifestado. Yo sabía que la declaración de tres testigos había sido la principal causa de la condena y que estos fueron “comprados” por el padre del verdadero autor para que echaran las culpas sobre Pascual. Saqué los papeles que habíamos encontrado en el sótano y los leí comparando la información. Contradecían totalmente lo manifestado por esas personas , por eso se habían sacado del expediente y se habían metido en “el pozo”. No había tiempo que perder. Di las gracias al funcionario y me fui directo al despacho del abogado de mi abuelo.

 La calle no había cambiado con los años y me fue fácil encontrarla. Resultó que vivía y tenía el despacho en el mismo lugar así que pude encontrarlo. Me abrió la puerta la chica de servicio y me dijo que el Señor estaba durmiendo la siesta. Le dije que era muy urgente ante lo que me hizo pasar al recibidor.  Unos minutos después apareció el abogado con cara de pocos amigos y me preguntó que qué deseaba. Le dije que era colega suyo y le  expliqué por encima por el caso por el  que venía y él hizo   una mueca que no supe interpretar. Me invitó a pasar a su despacho y a sentarme.

–Bueno, ya que estamos entre compañeros, me dijo, vamos a hablar sin tapujos. No sé quien es  pero no creo que sea abogado. Me resulta muy raro que un día antes de la revisión del caso venga a darme información. Este asunto es realmente peliagudo y tengo claro que hay influencias externas para que no prospere. Me gustaría saber qué viene  a aportarme de nuevo. Saqué los papeles que habíamos conseguido y se les tendí a través de la mesa de roble de su despacho. Al leerlos su mirada cambió radicalmente.

–¿ De dónde ha sacado Ud ésto?.

–De los sótanos de la cárcel, le dije.

–¿ Y qué hacía Ud allí?.

–“Encontrarme con mi pasado” dije mirándole a los ojos.

–¿ Por qué no se presentó esto en la primera instancia?.

–Porque alguien lo hizo desaparecer. Pascual y yo lo hemos encontrado hace escasas horas y por poco no acabo yo encerrado en una celda.

–Me puede contar la historia desde el principio, por favor, me dijo. Creo que si mañana tenemos que añadir algo nuevo para el caso necesito saber todo lo que ha pasado, sin omitir detalles.

–Creo que se va a sorprender y mucho. Le conté de carrerilla lo ocurrido desde que empecé mi guardia  y el hombre me miraba con ojos desorbitados. No podía creer lo que le estaba contando. Cuando terminé mi colega estaba pálido como el papel. No sabía si tenía ante él a un loco o a un iluminado.

Le dije que por favor me creyera, que no estaba yo para inventar tantos disparates y lo que le suplicaba como abogado era que ayudara a mi abuelo. Algo vio en mi mirada que le impulsó a confiar en mi. Me dijo que si realmente habíamos encontrado algo nuevo que aportar para la revisión de la Sentencia teníamos que aprovecharlo. Había muy poco tiempo. Nos pusimos mano a mano con la preparación de las nuevas pruebas e incluso valoramos el  proponerme como testigo de última hora. Ya era noche cerrada cuando entraron una bandeja con algo de cena. Un lujo para la época. Realmente no había tomado nada en todo el día. Continuamos con la preparación y a las dos de la mañana ya estábamos exhaustos. Yo no tenía donde dormir y mi colega me cedió el sofá del despacho para que pudiera descansar.

A las siete de la mañana ya estábamos en pie. Me aseé un poco y tras un parco desayuno nos dispusimos a ir a la Audiencia. Se me iba a presentar como un abogado venido de Madrid, amigo de la familia y que disponía de datos importantes no conocidos hasta la fecha que era preciso poner en conocimiento del Tribunal; por su  parte mi colega iba a aportar los papeles que yo le había dado.

A la hora prevista, con una puntualidad que ya desearíamos en nuestro presente , se inició la vista. Yo, como testigo, no pude entrar en ese momento. Los minutos pasaban lentos como tortugas. Se abrió la puerta y se dijo mi nombre. Entré y declaré como si en mis palabras estuviera la decisión de la vida o muerte de alguien de mi propia sangre, como realmente estaba sucediendo. El abogado de mi abuelo había aportado los documentos y el Tribunal sin apenas mirarlos los había rechazados por superfluos y extemporáneos. No se molestaron en profundizar en ellos.  A mí me hicieron mil preguntas ya que  no entendían por qué no había aparecido antes. No me creyeron cuando les dije que los testigos fueron “comprados” para culpar a Pascual, más bien pensaron que yo estaba mintiendo para conseguir su exculpación. A tal punto llegó el ataque que dirigió el Fiscal hacía mi que levanté la voz y me enfrenté a él. Aquello solo sirvió para que recomendaran mi ingreso en el reformatorio de adultos.Mientras me hacían salir de la  Sala escuché un comentario en los pasillos: Estos han perdido el tiempo, la Sentencia ya estaba puesta antes de la vista.

Custodiado por dos guardias fui llevado hasta la cárcel. Nada pudo hacer el abogado para ayudarme. Me llevaron a las celdas de castigo y aislamiento y me dejaron allí encerrado, no sin antes propinarme dos buenos puñetazos en el estómago, por listo, como me dijeron. Entre brumas escuché una voz  que provenía de la celda de al lado. Era mi abuelo, a quien el día anterior habían llevado también a aislamiento. Me preguntó cómo estaba y le dije que no había podido hacer nada. Que me había reunido con su abogado, que habíamos presentado los papeles y que incluso yo había declarado a favor suyo manifestando que los testigos eran falsos, pero que nada habíamos podido hacer y que incluso había escuchado que alguien decía que la Sentencia ya estaba puesta antes del juicio.

 Pascual me contestó que era una práctica habitual. Muchas veces la revisión no era más que   la apariencia de un juicio justo pero con el resultado que ya todos sabían. Me dijo que no me preocupara, que él ya estaba preparado para lo que tenía que ocurrir y que se alegraba de haberme conocido. Nunca creyó que pudiera llegar a conocer a un nieto suyo. Ya que teníamos más tiempo me preguntó por toda mi familia, si tenía biznietos y principalmente por mi madre. Me pidió que le hablara de ella. Solo tenía cuatro años cuando la dejó y ahora rondaba los ochenta.

No sabía cómo preguntar por mi abuela, su mujer y yo al notar su azoramiento empecé a hablarle de ella y todo lo que le había tocado vivir. No podía verle la cara, solo oírle, pero noté que estaba llorando. Hablamos durante horas. Me contó su historia desde otro prisma. Juntando las dos versiones , la que siempre había escuchado desde niño y aquella, pude por fin verle con otros ojos.

Yo sentía que la fiebre, el extremo cansancio y las circunstancias que estaba viviendo habían hecho mella en mi. No sé en qué momento me quedé dormido. Noté una mano que me zarandeaba suavemente el hombro y pensé que venían los carceleros por mi pero entonces alguien me preguntó si estaba bien. Abrí los ojos y vi que me encontraba en el locutorio del sótano del Juzgado. Aquel lugar me era familiar. Me espabilé a medias a pesar de la temperatura elevada que tenía y pregunté:

–¿ Qué día es hoy?

.–Lunes, me contestó el guardia.

–¿ Pero qué fecha?, insistí.

 –¿ Qué fecha va a ser?, me dijo un poco molesto. Cinco de marzo.

 — ¿ Y el año?. Eso ya le pareció rarísimo pero a pesar de eso me contestó: Dos mil diecisiete.

¡ Había vuelto al presente!

 Me puse en pie bastante mareado y salí del locutorio. Subí las escaleras y me  volví a encontrar en el zaguán del Juzgado. Era cinco de marzo  de dos mil diecisiete.  Tenía que haberme quedado dormido por la fiebre tras el  remojón que me había dado por la mañana. Fui al Juzgado de Guardia y me dijeron que como no me localizaron durante horas habían llamado al letrado reserva. Como no me encontraba bien me dispuse a irme a casa a acostarme. Mientras me quitaba la ropa  pensando en aquel sueño tan extraño metí la mano en el bolsillo de la chaqueta y saqué un papel arrugado, lo desdoblé y vi que era la carta que me había leído mi abuelo.

¡No había sido un sueño!

Realmente nos habíamos encontrado. Aquello no tenía explicación, pero había ocurrido.

Me cambié de ropa a toda prisa y  fui a casa de mis padres, que vivían muy cerca. Cuando mi madre abrió la puerta la abracé con todas mis fuerzas.

–¿ A qué viene eso?, me preguntó. ! Estás ardiendo de fiebre!.

–Alguien que te quiso mucho me pidió que te diera un fuerte abrazo.

–¿ Sabes mamá?, le dije mientras me preparaba un caldo de los suyos y me arropaba en el sofá como cuando estaba enfermo de niño. Quisiera que  me volvieras a hablar de tu padre. Una vez escuché que las personas no mueren del todo si hay alguien que las recuerda.

                                                     MªCarmen Llopis Fabra

                                                              Abogada

Fuentes de inspiración:

http://www.benaluense.es

http://www.barriodebenalua.es

 

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