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El Blog de Cloe Serbal

(Abogada para todo)

Capítulo XVII

Todavía recuerdo incrédula cómo pude superar un miedo ancestral en cuestión de minutos. Supongo que influyó la compañía y las circunstancias.

Era el aniversario de la madre de mi compañera de despacho, y dado el cariño que le tuve en vida decidí acompañar a su hija al cementerio para ponerle unas flores. Vinieron con nosotras dos amigas más que conocieron a la señora. Dado que era noviembre, fuimos sobre las tres de la tarde para que no nos pillara oscureciendo.

Compramos flores en la puerta de entrada del cementerio y nos dirigimos al panteón familiar. Unas de las últimas lluvias de barro había dejado el mármol blanco cubierto de una capa ocre que impedía incluso ver las letras grabadas en el mismo. Retiramos las flores secas mientras la hija iba a buscar un cubo y unos trapos para limpiarlo. Yo siempre he tenido bastante aprensión a los cementerios y miraba de soslayo los nichos de los alrededores.

El panteón ante el que me encontraba era señorial. Uno de esos en los que solo veías una gran cruz y una lápida blanca de dos metros de largo que se levantaba cuando había que enterrar a alguien, accediendo por unos escalones hasta la cripta. Solo de pensarlo se me encogía el estómago y recordaba pesadillas infantiles con películas de miedo. Yo tenía la cara blanca y mis amigas, al darse cuenta, empezaron a recordar con cariño anécdotas chistosas de los allí enterrados para que se me pasara el mareo.

Por mucho que nos estirábamos no podíamos llegar a la parte superior del panteón para acabar de limpiarlo y alguien sugirió que habría que subirse al mismo. Dado que las presentes se llevaban conmigo más de veinte años, estaba claro que la que podía subir al panteón con más facilidad era yo. Así que sin pensarlo dos veces, porque entonces no lo hubiera hecho, escalé por el lateral de la cruz y acabé de pie encima del mármol blanco. Desde allí había una vista estupenda de todo el cementerio. Me pasaron un cubo con agua y estuve baldeando la tumba. Estaba para que me hubieran sacado una fotografía.

Si aquella lápida no hubiera aguantado mi peso podría haber acabado dentro de la cripta. A veces todavía sueño con ello.

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