
Capítulo IV
¡ESTE NIÑO ES LA LECHE !
Juicio a las diez de la mañana. Mi cliente viene con su bebé de pocos meses dormido en su carrito. Me dice que no se lo ha podido dejar a nadie porque empieza a berrear y no hay quien lo calme. La verdad es que entiendo perfectamente su situación. Nos llaman a Sala y al entrar, el Juez nos hace ver que el niño no puede estar allí. Le explico las circunstancias y lo acepta como una excepción. En el momento cumbre de la declaración de la madre, el bebé parece captar su nerviosismo y se despierta llorando . Mi cliente, con toda la naturalidad del mundo, coge al bebé, se saca una teta gigantesca y lo pone a mamar ante la mirada atónita de los presentes. Seguidamente se dirige al Juez y le dice:
– ¿ Por dónde íbamos?
Esta anécdota me ha recordado cuando yo también tenía que adaptar mis circunstancias laborales a la lactancia de mi hijo, lo que resultaba una misión casi imposible.
Cuando tenía tres meses tuve que ir a un juicio muy complejo en otra provincia, en el cual no me podía sustituir nadie. Así que muy temprano dejé sacada leche suficiente para el jovencito y metí en mi bolso-maletín el sacaleches manual por si tenía la necesidad de usarlo durante la mañana ( ingenua de mí). Solo la que lo ha pasado sabe lo que es una inoportuna subida de leche y no tener al bebé para que mame. Si añadimos que viajaba en tren y que tuve que ir a los servicios a sacarme leche varias veces y que con el continuo traqueteo resultaba tarea difícil, unido a que todos los viajeros parecían querer usar el baño al mismo tiempo, hizo que ese día resultara inolvidable…
Celebré el juicio con los pechos a reventar y muy doloridos. Camino de la estación para regresar a casa, me daban ganas de decirle a cualquier persona que llevara un bebé si no quería una ración de estupenda leche materna.
En el tren de vuelta se volvió a repetir el proceso de extracción en el baño en movimiento, olvidando ya cerrar la puerta con pestillo, con lo que el sorprendido viajero que intentaba entrar, huía despavorido en busca de otro servicio en un vagón más lejano.
Ya en casa, con la blusa empapada de leche, cogí a mi bebé, quien había estado llorando casi sin parar desde que me fui y le ofrecí su alimento. Fue un alivio para los dos.