
CAPÍTULO VI
Siempre ha sido difícil poder conciliar la vida familiar con la profesional. Que se lo pregunten a cualquier madre trabajadora. En más de una ocasión la cocina de mi casa se ha convertido en despacho improvisado, principalmente cuando mi hijo estaba enfermo y nadie lo podía cuidar.
Recuerdo cuando mantener ocupado a un pequeño de cuatro años y al mismo tiempo intentar contestar una demanda resultaba tarea casi imposible y todavía faltaban varias horas para que se fuera a la cama. Quería que cocináramos un pastel y yo necesitaba un poco de serenidad para concentrarme en el trabajo. Para entretenerlo le dí unos folios y unas tijeras de punta redondeada y le pedí que recortara galletas y que luego las haríamos de verdad.
No creo que tardara más de dos minutos en contestar una llamada y al darme la vuelta… vi el expediente de color verde que tenía sobre la mesa de la cocina cociéndose en el horno a máxima potencia.
-Mira, mami, he metido la bandeja al horno con las galletas yo solito…