
Capítulo XVI
Hace más de veinticinco años mi amiga Clara estaba trabajando en el Registro Civil atendiendo al público. Una señora de unos setenta años fue una mañana a preguntar qué hacía falta para que su nieta comulgara por lo civil. Mi amiga la miró con cara extrañada y le pidió que por favor le repitiera la pregunta.
Sí, había oído bien. La mujer quería que su nieta comulgara por lo civil. Al ver su cara de extrañeza le dijo que en su familia eran ateos pero que a ella le hacía ilusión que su nieta comulgara y ya que habían bodas por lo civil, ella quería una comunión por lo civil, y lo decía toda convencida.
Le explicó que eso no era posible, que si quería, que celebraran una reunión familiar, se pusieran todos de punto en blanco y luego se fueran a comer a un restaurante y así la niña tendría su día especial.
La abuela insistía en que ella quería una comunión civil y que no se iría de allí hasta que le dijeran cómo podía hacerlo. Mi amiga, ya un poco harta por la situación le dijo:
– Pues mujer, traiga a la niña y si lo que quiere es que le den una ostia nosotros se la damos.
– ¿Consagrada o sin consagrar?, preguntó la señora.