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LOLA

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                               Capítulo IX

         Hay clientes a los que no podemos evitar tenerles un cariño especial. A veces vivimos sus problemas como propios y nos implicamos más de la cuenta sin levantar la barrera de cristal que nos ayuda a aislarnos emocionalmente de los casos  y eso me pasó con Lola.

         Fue mi primer caso de violencia de género. Ella tendría unos veinticinco años. Había sufrido maltrato desde el noviazgo y todo empeoró con el matrimonio. De escasos recursos económicos, vivió sometida y en silencio lo que ella hasta entonces consideraba una vergüenza que había que mantener oculta.

         Lola tenía dos niñas de corta edad que sufrieron en sus propias carnes algo que nadie en el mundo debería pasar nunca. Eso fue lo que le hizo reaccionar. A sus hijas no las iba a tocar nadie. Sacó fuerzas de donde no creía tenerlas y acompañada por una amiga fue a la Guardia Civil a denunciar a su marido.

         Al llegar para atenderla, su ojo morado, su labio partido y las marcas en los brazos dejaban bien patente lo que había ocurrido. Me reuní a solas con ella y soltó anegada en lágrimas lo que había pasado hacía unas horas y lo vivido durante años de calvario, pero lo que realmente le había hecho saltar fue cuando su pareja golpeó a sus pequeñas. La loba protegió a sus cachorros y se llevó la peor parte.  Ese fue el camino de no retorno. Algo en su cabeza le dijo “hasta aquí hemos llegado” y decidió por fin denunciar.

         Yo la acompañé en las declaraciones y en todo el proceso de malos tratos. El marido fue condenado, imponiéndosele además una orden de alejamiento. Por medio de familiares, este intentó que Lola le perdonase, que le prometía que nunca volvería a pasar, pero ella se mantuvo fuerte. Le había explicado que las órdenes de alejamiento no eran cosas que se pudieran poner y quitar a voluntad propia, que era algo muy serio y que la promesa de que “nunca volvería a pasar” hecha por un maltratador casi siempre suponía el entrar en un bucle que nunca iba a buen puerto. Lola me hizo caso y se alejó de su marido haciendo oídos sordos a sus ruegos. Tramitamos también  el divorcio y con el apoyo y asesoramiento del Centro de la Mujer 24 horas se gestionaron las ayudas y el tratamiento psicológico necesario para que pudiera salir adelante. 

         Seguimos en contacto. Ella me iba contando cómo había empezado a trabajar a media jornada y que se estaba sacando el título de auxiliar de clínica. Que era otra persona, que no sabía cómo había podido vivir tanto tiempo en ese infierno.

         Una tarde apareció en mi despacho con un  regalo. Me dijo que me lo había comprado con el primer dinero que había ganado. Era una pequeña figura de madera de un pájaro con las alas extendidas a punto de alzar el vuelo.  Lo agradecí con los ojos húmedos. Nos abrazamos y me dio las gracias por haberle ayudado a encontrar las llaves de su libertad. Yo le contesté que siempre las tuvo consigo.

         Hoy Lola ayuda a otras mujeres maltratadas a salir adelante. Estoy orgullosa de ella.

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