CAPÍTULO VII
Sí, hay veces que la realidad supera a la ficción y si no que me lo digan a mí cuando una tormentosa mañana de invierno encontré un cuchillo ensangrentado envuelto en plástico en el buzón de mi despacho.
Cuando mi cliente me contó por teléfono que haciendo limpieza en casa había encontrado en lo alto de un armario el cuchillo con el que su compañero de piso le había herido en una mano dos meses antes y que quería llevármelo para que lo presentara en el juicio que iba a tener lugar en dos días, le dije que dudaba que nos dejaran presentarlo dado que se había roto la cadena de custodia y que de todas maneras había pruebas suficientes para la condena de la otra parte.
Fijamos una cita para el día siguiente en mi despacho. Ya me había dejado colgada sin explicaciones dos veces antes y parecía que iba camino de la tercera. Tras media hora larga de espera, le llamé al móvil y me comentó que había venido al despacho y que nadie le había contestado. Yo le dije que no me había movido de allí en toda la mañana y él se excusó con que ya que llovía mucho y quería volverse a casa, al abrir un vecino la portería y decirle que quizás estaría en el Juzgado, decidió “dejarme la prueba” en el buzón para que yo la llevara al juicio que teníamos al día siguiente. Que sí o sí tenía que presentarlo.
Tras colgar el teléfono y blanca como el papel, bajé al buzón, respiré hondo y lo abrí. Allí estaba …. un cuchillo de cerámica con mango azul manchado de sangre envuelto en un plástico transparente. Lo saqué con aprensión sujetándolo con un pañuelo de papel como si no quisiera dejar mis huellas en él, acordándome de la madre de mi cliente.
Al día siguiente, lo metí en otra bolsa de plástico, lo introduje en mi cartera y me fui al Juzgado. Pretendía devolvérselo al cliente, pues no quería tener ese cuchillo cerca. Le comenté al vigilante jurado de la entrada lo que llevaba encima y tras su cara de sorpresa hizo una llamada de teléfono para pedir instrucciones y apuntó mis datos personales por si aquel día había que buscar a una loca que andaba suelta por el Juzgado con un cuchillo ensangrentado.
Mi cliente Insistía una y otra vez en que tenía que presentarlo y yo le repetía que no lo veía oportuno, decidiendo al final no aportarlo. Nos llamaron a juicio y al empezar a contestar a las preguntas de la Fiscal sobre cómo ocurrieron los hechos y el arma con la que fue herido, este contestó:
–Era un cuchillo de cerámica, con el mango azul, de los que cortan mucho, el mejor de mi cocina. Y señalándome con el dedo dijo:
–Mi abogada lo lleva en su cartera y no lo quiere sacar…
Todos en la Sala pusieron los ojos sobre mí. Tuve que explicar los motivos por los que no lo había presentado, considerando Su Señoría que se había roto la cadena de custodia y que su presentación en ese momento no era una prueba válida.
Tras terminar el juicio y ya en la calle, mi cliente me dijo:
–Abogada, ya que no ha presentado el cuchillo, ¿ me lo puede devolver? Es que es el que mejor me corta el jamón.