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¿CÓMO ME HE METIDO YO AQUÍ?

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                                       CLOE SERBAL

                              (Abogada para todo)

                                          Prólogo

        Os presento a Cloe, mi alter ego. Cansada de que aparezca en sueños porque quiere cobrar vida y me asalte en mis largas horas de insomnio como un pesado fantasma, he tenido que darle voz propia para que me deje tranquila.

        Cloe es una abogada cincuentañera que no ha perdido su alma de niña. Imperfecta y algo alocada, nos va a ir contando con un toque de humor su vida y la de su entorno a través de anécdotas propias y ajenas.

        Al igual que ocurre con las leyendas, una parte de verdad se esconderá en la ficción novelada de su día a día, que espero os llegue al corazón y os haga sonreír con cada pequeña historia.

                                                                     Comenzamos…

El Blog de Cloe Serbal

(Abogada para todo)

                                         Capítulo I

                     ¿CÓMO ME HE METIDO YO AQUÍ?

        Ya sabía yo que tenía que perder unos kilitos pero la forma que ha tenido mi cuerpo de recordármelo ha sido a traición. Estoy atrapada en un vestido en el probador de unos grandes almacenes. Sigo creyendo que quepo en una talla M  y hoy la realidad me dice que quizás mi talla sea como mínimo una L.

        Entrar entré, salir es lo que no puedo. Me he quedado enganchada en el forro al intentar sacármelo por la cabeza y no va ni para arriba ni para abajo. Al final, tragándome mi dignidad, he tenido que salir y pedir ayuda a la dependienta. La chica, muerta de risa, daba tirones para poder desatascarme. He acabado con las orejas rojas y el pelo revuelto. Amablemente y por su propia cuenta me ha traído dos tallas más del mismo vestido, el cual me he acabado llevando más por vergüenza que por ganas ya de comprarlo.

        Ya en la calle, respirando el aire puro que me faltó durante un rato que me pareció eterno he recordado el día  en que se me quedó una mano atascada en una toga y no había manera de liberarla.

        Por si no lo he dicho, me llamo Cloe y soy abogada. Bueno, en realidad soy un todo en uno:  Abogada, madre, cocinera, recadera, fotógrafa y arregla todo, pero por encima de todo, mujer, con mis kilos, mis defectos, ilusiones, decepciones y amor por la vida.

        Recuerdo aquel juicio con detalle, como para olvidarlo. Por aquel entonces no tenía toga propia y debía ir a la Sala de Abogados del Juzgado para recoger una. Cuando llegué solo quedaba una inmensa, así que la cogí  y me fui casi corriendo porque se acercaba la hora de mi juicio. Era principios de julio y hacía un calor húmedo y pegajoso. Noté  al tacto que la toga todavía estaba caliente y sudada por el anterior abogado que la había usado  y percibí que olía a perfume de hombre, para mas inri, pachuli, pero no había tiempo de volver al Colegio de Abogados y esperar a que dejaran otra. Saludé a mi cliente y sorprendentemente nos llamaron en hora. Me puse la toga, que me quedaba por los tobillos y empecé a remangarme porque me sobraban treinta centímetros de manga. El olor a pachuli empezó a marearme. Al introducir el otro brazo, equivoqué el agujero y metí la mano por un descosido del forro, que me la atrapó literalmente. No había manera de que saliera por muchos tirones que daba. Sentada ya en estrados y disimulando, iba intentando liberarme, pero nada. Tuve que celebrar el juicio con la mano derecha atrapada dentro del forro. Cuando terminamos, el Juez, que se había percatado de lo que pasaba, me preguntó:

– Letrada, ¿algún problema?.

-Pues Señoría, que me he quedado atrapada en la toga y no hay manera de librarme de ella,le dije mostrando la manga colgando. La agente judicial se prestó a ayudarme dando tirones sin lograrlo. El Juez, aguantándose la risa, nos dijo que fuésemos a Secretaría y cogiéramos unas tijeras para abrir el forro. Rodeada de divertidos funcionarios que intentaban ayudar, la agente cortó la tela pero mi mano seguía sin salir. En ese momento entró el Juez y al vernos comentó:

-¿Todavía está Ud aquí?.

-Ya ve, que no hay manera, le dije.

Su Señoría se acercó y con un fuerte tirón rasgó la manga  de la toga.

-Letrada, queda Ud liberada, dijo con solemnidad.

Y yo solo pude contestarle agradecida: – Señoría, acaba Ud de librar a una inocente.

        Ese mismo día y tras darme una larga ducha para quitarme el aroma a pachuli, fui a comprarme una toga propia.

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